La Torre
La Casa Troncal de Urbina de Basabe es conocida
en el Valle de Kuartango como “La Torre”. De
propiedad privada y restaurada por la Diputación
Foral de Álava constituye un servicio del
Ayuntamiento de Kuartango, gestionado por la
Asociación de Amigos de la Casa Troncal de Urbina
de Basabe.
Vida, Historia y Arte
La Casa Troncal de Urbina Basabe, constituye en sí misma un magnífico encuentro con la Historia de Kuartango. En su interior se guardan en diversas áreas lo más reseñable de la vida,
de la historia y del arte del Valle de Kuartango.
Un repaso de su historia.
Fue levantado para complementar y ampliar
los servicios que hasta entonces había
ofrecido a sus vasallos ledaneros su cercana
ermita altomedieval de San Miguel,
encaramada en el monte de su nombre. Se
componía de un local, mayor que el antiguo,
de planta de salón con una capilla de cabecera recta más
estrecha que la nave, cerrado por unos muros de
mampostería caliza recercada con sillares -rasgados por un
ventanuco absidal, por su puerta de ingreso abierta al
mediodía y tal vez por otra procesional al nortey cubierto,
seguramente, por una estructura maderil de corvas,
sopandas, cumbrera y cabrios, y tejado a dos vertientes. Su
circuito exterior se destinaba, preceptivamente, a cementerio
de los fieles difuntos.
Información sobre el
edificio
La abundante información
recogida sobre el edificio, antes
de acometer la intervención y
durante el transcurso de las
obras, al objeto de conocer y
recuperar los valores que
encerraba. ha proporcionado
muchos datos sobre su historia y
sobre las modificaciones sufridas
por sus fábricas al correr del
tiempo.
La conservación
Siempre la ampliaron sin desvirtuar
su forma ni sus elementos
constructivos más primitivos; lo que
ha facilitado enormemente la labor de
su restauración.
Un recorrido por la historia
Fue un centro bajo medieval de carácter religioso,
militar, administrativo y residencial. Del linaje que
señoreaba las tierras de la ledanía de Marinda.
Constituido por un monasterio y una torre
defensiva.
El monasterio, de la advocación de San Pedro,
había sido erigido, a finales del siglo XII, por el
conde don García de Mendoza y su esposa, sobre
los vestigios de otra edificación, que bien pudiera
haber sido en su origen una villa bajo-imperial
según lo demuestran los restos de: pavimentos,
cerámicas, pilotillos y viguetas de un hipocausto,
etc., de factura romana, que se han encontrado
entre sus cimientos.
Historia de la Casa Troncal
Su torre fue construida más tarde, en la segunda mitad del
siglo XIV, por sus descendientes, los señores de Urbina y
patronos de San Pedro, para sustituir a otra, de menor
entidad, que poseían en la salida del camino de Urbina al real
de Ondocolanda, antes citado, al pie del cerro de San Miguel.
Levantaron un edificio paralepipédico -que ha perdurado
hasta nuestros días con algunas modificaciones de su
ventanaje, restituido en las presentes obras-, muy repetido en
su tiempo, pegado al lienzo de poniente de su monasterio.
Constaba de una planta baja destinada a almacén de víveres,
pertrechos y calabozo, de otra primera que contenía los
aposentos principales, y de una última dedicada a la defensa
de la fortaleza. Encerradas, las tres, por unos muros
portantes de mampostería caliza que sustentaban el
entrevigado de roble de los dos pisos y la estructura de la
cubierta, sobre la que descansaba el tejado a cuatro aguas.
Rasgábanse sus paredes por la única puerta de ingreso al
edificio practicada a la altura de su planta primera, en el paño
opuesto al repetido camino real y por numerosos vanos
menores defensivos, de ventilación e iluminación, constituidos
por saeteras, aspilleras y guardianas. Su fábrica exterior se
completaba: con veinte modillones calizos entestados en sus
cuatro paramentos, para armar cadalsos en caso necesario,
con el patín pétreo de acceso a la portada y con una cerca
periférica defensiva.
A finales del siglo XIV Pedro Ortiz de Urbina, señor y patrono único
de la Casa, adosó al muro de la nave, del lado de la epístola, de su
monasterio, una capilla menor -coincidente con la actual sacristía
para cubrir y proteger las dos urnas monolíticas de sus fundadores,
que hasta entonces habían permanecido, en dicho sitio, a la
intemperie, junto a otros ataúdes de lajas calizas pertenecientes a
su prole; y al pie de una de ellas colocó la conocida estela funeraria
discoidea romana, posiblemente del siglo IV, que se reputaba como
escudo primitivo de su Casa. Las dos cistas de arenisca se han
encontrado en el subsuelo de la sacristía, desprovistas de las tapas
triangulares que las cubrieron, y se han repuesto en su lugar
original.
En 1458 San Pedro alcanzó su apariencia actual, después de haber
sido ejecutadas las obras de renovación y aumento de su fábrica, a
cargo de Martín Ortiz de Urbina, hijo de Pedro, dueño de la torre,
patrono y abad de dicho monasterio y arcipreste que fue de
Cuartango; al parecer, poco después de haber sido rebajada y
reparada su fortaleza. Cortó los canes de los aleros del viejo ábside
(cuyos restos aún son visibles), desmontó el tejado del templo y las
cornisas de su salón -que reutilizó en el nuevo remate, acrecentó
sus paredes hasta su altura actual, y lo abovedó y cubrió. En su
lienzo de poniente, medianero con la torre, abrió un pasadizo para
entrar directamente desde la estancia principal de la fortaleza al
coro. En el del norte agrandó la puerta procesional y la convirtió en
la principal de acceso, cerrando la antigua del sol. y, también, en
este muro del evangelio insertó un lucillo en el que colocó un
carnero destinado a inhumar los restos de su padre y los de los
descendientes de su línea troncal; el cual fue tapado por su bulto
yacente que es considerado como uno de los ejemplares de mayor
calidad del arte funerario gótico alavés. En el exterior e interior de la
iglesia incrustó dos grupos de tres piedras armeras iguales de su
linaje, para indicar que el patronato de San Pedro pertenecía a él
mismo y a otros dos hermanos suyos -propietarios de la Torre vieja
ya desaparecida y del actual Palacio de Urbina-, por disposición
testamentaria de su padre, que por ese motivo era llamado El
Repartidor. Y en su interior, posiblemente en un antiguo vano, ahora
oculto, sito sobre la extinta puerta del sur, colocó la otra insignia de
su familia -igualmente de arenisca que hasta entonces había
acompañado a los fundadores.
A partir de la pérdida de la operatividad militar de la torre en la
segunda mitad del siglo XV por el nacimiento de las Hermandades-,
y de la consiguiente mudanza de los descendientes de Martín a otra
casa llana más acomodada, que levantaron en sus inmediaciones -
entre el Palacio y la Torre vieja, el torreón se destinó a vivienda de
renteros y a usos agropecuarios. Comenzándose a ampliar con
almacenes, cuadras y habitaciones, que ocuparon diferentes
tramos del paseo de ronda que lo circunvalaba; los cuales fueron
cubiertos con tejavanas apeadas en los parapetos defensivos
recrecidos de dichos tramos y en los muros de la fortaleza.
Resultando de esas actuaciones los postizos que ahora la
contornean y enmascaran, que dan al conjunto el inconfundible
aspecto de casa fuerte.
En la primera mitad del siglo XVI se plantaría la espadaña anexa del templo, de sillarejos calizos,
que consta de un basamento macizo y un cuerpo alto de dos arcos de campanas de medio punto
cubierto con dos tendidos de tejas. Estos últimos, inexistentes antes de la restauración, han sido
repuestos conforme a la traza que muestran los que todavía protegen los numerosos campanarios
cuartangueses que reprodujeron el mismo modelo.
En 1615, Juan Ortíz de Urbina y Eguíluz, relevante dueño de la torre y patrono de San Pedro,
sustituyó el retablo antiguo del testero de la capilla mayor de su iglesia por otro nuevo de madera
policromada -el actual-,diseñado por él mismo y tallado en la ciudad de Orduña. Dispuso un bancal
de tres paneles, un cuerpo principal de tres calles, el ático central y dos escudos laterales de
coronación con las armas de las Casas de Urbina, Eguíluz y Corcuera, que habían recaída en su
persona. Hace unos años fue desmontado para someterlo a un proceso de restauración todavía en
curso.
Probablemente, fue José de Urbina y Eguíluz, nieto del anterior, hacia 1732,el que llevó a cabo las
últimas obras de reparación, importantes, en su monasterio. Remozó toda su fábrica, borró los
apeas sobre los que volteaban sus arcos fajones, maestreó sus paramentos y sustituyó sus viejas
bóvedas desvencijadas por las actuales barrocas de aristas capialzadas.
Asimismo, redujo el tamaño de su pasadizo, colocó la puerta quicialera de roble de dos hojas que
cierra su portada gótica apuntada de arenisca, y, tal vez, trasladara la lápida romana a la base de la
pilastra del evangelio del arco triunfal del presbiterio, donde hoy está.
En relación con las obras especificadas, y con otras menores, que se vieron obligados a ejecutar los
titulares de la casa para adecuarla a las necesidades que iban surgiendo con el paso del tiempo,
interesa señalar que procuraron realizarlas sin menoscabar su valioso carácter medieval,que les
servía para entroncar su estirpe con el prestigioso tiempo de la Reconquista y con el primitivo
cristianismo alavés nacido al amparo de las iglesias diviseras; y por ende para conseguir notables
privilegios. Por cuya razón siempre la ampliaron sin desvirtuar su forma ni sus elementos
constructivos más primitivos; lo que ha facilitado enormemente la labor de su restauración.
Además de las piezas consignadas en la anterior descripción, pueden verse en
el interior de San Pedro: la mesa retallada y el cipo de apoyo de su primitivo
altar (descubiertos en los recientes trabajos), un fuste circular con su capitel
decorado del siglo XIII utilizado como pie de la pila de agua bendita, su
baptisterio de copa semiesférica seguramente del XIV, algunas imágenes
románicas y góticas policromadas y una cajonera moderna de roble; y en su
exterior: una piedra armera, distinta de las enumeradas pero seguramente
también del linaje de Urbina, posiblemente del XVI, encastrado sobre la clave
de su puerta de acceso.
En la planta primera de la torre se ha descubierto una cortejadora incompleta
de mediados del siglo XV, con un arco escarzano rebajado; y en su piso bajo,
en las jambas de una saetera, dos marcas de cantero.
GRÁFICOS